“Marcel Proust dijo: “No lean mi obra, léanse en ella.” Así, sumergirnos en el universo descrito por La Vorágine, nos devela todo un mundo de barbarie y horror oculto en este territorio bravío, históricamente olvidado por sucesivos gobiernos nacionales, así como parajes y realidades que los habitantes del interior del país —en su mayoría— desconocen, y que para nosotros suelen resultar cotidianos”.
Creación artística de la obra literaria. La realizó el estudiante Jaime Andrés Díaz del grado 11° del Colegio Francisco José de Caldas de Villavicencio. Técnica óleo, año 2024.
Mi primer recuerdo de La Vorágine se remite a mediados de la década de los ochenta. Tenía diez años, vivía con mis abuelos y ya había devorado al menos la mitad de la atiborrada biblioteca familiar, la cual mamá solía surtir cada año, cuando salía a pasar unos días de sus vacaciones con nosotros.
Había pasado del delirio por Julio Verne, a quien descubrí en mi primera visita a la Casa de la Cultura de San José del Guaviare y cuyas obras leí completas allí las tardes de un junio, mientras mi madre estaba en su oficina, a la fiebre épica alimentada por historias de piratas y aventuras como las de Robert Louis Stevenson y policíacas como las de Agatha Christie.
Sin embargo, aunque suene irónico, aún no había conocido a nuestro Rivera, que tan cercano debiera haber sido para una niña ávida lectora que había trasegado paisajes selváticos toda su infancia de la mano de su progenitora.
Encontré a Rivera por casualidad, como todas las cosas hermosas que he encontrado en la vida, sin andarlo buscando y casi sin notarlo al comienzo. Llegó en un viejo baúl que mi tío Jorge dejó a guardar en casa cuando se fue a vivir con la chica de sus sueños: una edición de los sesenta, de descolorida carátula verde limón en la que se alcanzaba a notar el relieve de unas hojas.
Mi tío me dijo que había libros en su baúl y podía leer los que quisiera. Me fijé en uno pequeño y brillante, que tenía una estrella dorada en su cubierta, pero en la primera página ya estaba tan aburrida que empecé a bostezar; supongo que no tenía edad para leer el Libro Rojo de Mao y creo que nunca la tendré (hay libros para los que uno no está hecho).
Después de esa roja decepción, decidí dedicarle mi atención a la descolorida selva que languidecía bajo el título más extraño que había visto nunca. Me pregunté un buen rato que significaría vorágine y, finalmente, decidí buscar en los tomos de la Lexis 22. Me impresionó saber que era un remolino muy fuerte que se formaba en el mar por acción de los vientos o corrientes y me pregunté qué tendría que ver eso con la selva.
La curiosidad me arrojó en los brazos de esa tempestad de sensaciones y sentimientos, de dolor y pasión, de vida, pero también de muerte. Nunca he tenido una relación más intensa con ningún otro libro como con La Vorágine; Cova y Alicia me empujaron al abismo de las difíciles relaciones humanas, del amor y las dudas, el temor y la soledad.
Este libro, más que cualquier otro, devela situaciones que nos tocan en lo local y regional, mientras desarrolla la denuncia de un contexto social que —aunque ha mutado sus factores— se mantiene vigente a causa de la desigualdad, la corrupción y la estructuralización de todo un andamiaje que perpetúa la explotación y la injusticia, la misma que la novela expone de manera descarnada. Esta obra se compone en cada uno de sus trazos, de magníficas pinceladas que nos permiten reconocernos a nosotros mismos en su narración: nuestra región, nuestros paisajes y personajes, nuestras costumbres y nuestra cultura.
Es cierto que los jóvenes son el futuro del país —como reza una frase cliché— y, si queremos cambiar ese futuro, tenemos que conocer el pasado y reconocer nuestro presente.
En este sentido, La Vorágine aporta de manera magistral elementos históricos y sociales que enmarcan la lucha de sus personajes; evidencia la violencia y la explotación que terratenientes despiadados y colonos avaros ejercían sobre comunidades vulnerables de la Amazonía y la Orinoquía, entre las que se cuentan indígenas, mujeres, afrocolombianos, niños, mestizos y mulatos.
Marcel Proust dijo: “No lean mi obra, léanse en ella.” Así, sumergirnos en el universo descrito por La Vorágine, nos devela todo un mundo de barbarie y horror oculto en este territorio bravío, históricamente olvidado por sucesivos gobiernos nacionales, así como parajes y realidades que los habitantes del interior del país —en su mayoría— desconocen, y que para nosotros suelen resultar cotidianos. La obra de Rivera nos permite explorar en su mirada y de su mano, las selvas y llanuras, conocer sus personajes y vivir sus conflictos, los cuales resultan ser aún los nuestros.
Por esto es importante rescatar la importancia y relevancia de esta obra que, como pocas, pinta un retrato de nuestra región y de esa violencia, que incluso hoy nos flagela, quizás con el concurso de otras manos, pero por iguales motivos: el control territorial y, con este, el de nuestros recursos naturales.
La Vorágine no debería ser, como es ahora, parte de un listado de lecturas obligatorias para el pensum de la educación básica, pues el hecho de pertenecer a ese listado “obligatorio” ya hace que, en realidad, los estudiantes se sientan desmotivados a leerla, máxime cuando existen resúmenes y sinopsis en línea y muchos de ellos se remiten a estos para elaborar sus trabajos.
La Vorágine debería ser, en cambio, un proyecto pedagógico en los grados 10 y 11, el cual se desarrolle trimestre a trimestre avanzando parte a parte del libro con la misma pasión y delirio con que Rivera nos lleva de su mano a recorrer la naturaleza de nuestros Llanos Orientales, la selva amazónica y la influencia de esa agreste geografía en el carácter de sus personajes.
En suma, un proyecto que comprendiera un acercamiento por fases a la obra, que emprendiera un recorrido significativo por la geografía que la novela describe y su entorno político e histórico, tal como plantea la Dra. Isabella Leibrandt de la Universidad de Navarra que se debería hacer (2007), asumiendo el estudio de la novela como experiencia, como un espacio de experimentación dinámico pensado desde el punto de vista de los educandos.
Daniel Pennac (1993) critica de manera aguda el tratamiento de la literatura en las aulas, con lo que evidencia la necesidad de una reorientación metodológica y de perspectivas funcionales para su tratamiento didáctico. Este enfoque, tal como lo plantea Miguel Ángel Garrido (como se cita en Romo, 2001), comprende tres grandes preguntas: qué enseñar, cómo enseñar y para qué enseñar literatura. Garrido, como otros autores contemporáneos, se manifiesta en contra de asumirla a la manera de un saber enciclopédico: autor, fecha, lista de obras.
En este sentido, nos plantea su ineluctable “utilidad, por cuanto puede y debe contribuir decisivamente a la formación de un espíritu crítico, una de las competencias más imperiosas en la educación para la actual y futura sociedad.
Huelga decir que el enfoque didáctico de la literatura es inseparable de lo que se crea que esta es y para lo que sirve. Así, si se entiende como una forma de creación que nos brinda un acercamiento vivencial y sensible a lo que la obra describe, una experiencia que nos deleita mediante la inmersión en la piel de los personajes, se concibe la propuesta de desarrollar un acercamiento experimental a La Vorágine, que vaya mucho más allá de “la obligación” de leerla.
Así, nos permita, por medio de técnicas y recursos multimedia y el concurso de otras artes tales como el teatro, la música, la pintura, la poesía y la danza, llevar a los estudiantes a sentir la obra, de modo que lleguen a una comprensión real de su mensaje y, de paso, los conduzca a adquirir el maravilloso hábito de la lectura.
Tanto el teatro como la danza, la música y la pintura son medios por los que los jóvenes suelen desarrollar una fuerte empatía. Sumido en una experiencia teatral, por ejemplo, ya no solo se es lector: se juega un rol, es posible sumergirse en la historia misma, en un espacio donde se es creador, intérprete, receptor, narrador y protagonista al mismo tiempo; el teatro nos acerca así a una apreciación tridimensional de la literatura con la que se logra una catarsis colectiva en la que no solo compartimos y relatamos una historia, sino que la vivimos.
Por otra parte, es importante asumir también como recurso el debate, pues este permitirá a los estudiantes expresarse al explorar y construir nuevas posibilidades, interpretaciones y oportunidades.
La Vorágine nos lleva a vivir la lucha entre lo salvaje y lo civilizado, en la que se hace palpable una víctima más allá de los seres humanos: el medio ambiente, pues el torrente de violencias que describe no solo ataca a sus personajes, sino también a la naturaleza, cuyo dolor se siente en el ritmo denso de la novela.
Arturo Cova es una víctima de las injusticias, pero también un héroe, que, como cada colombiano, lucha cada día por sobreponerse a las condiciones que podrían postrarlo; su espíritu indómito, como el cauce del río Meta —que describe el curso del éxodo de Cova y su amada Alicia—, se niega a ser dominado por el infortunio.
Por esto, la importancia de la obra de Rivera no se limita a lo puramente regional, se extiende a la esencia de nuestra identidad cultural, a la colombianidad misma.
De allí se desprende la necesidad de establecer La Vorágine como un proyecto pedagógico integral, que nos permita reivindicar no solo la lectura de esta maravillosa y apasionante obra, sino también afianzar nuestras raíces y rescatar, además, su valor como documento de denuncia social, obra de un magnífico narrador que, al enfrentarse a la ineludible historia de violencia de nuestro país, renunció a quedarse callado.
– Leibrandt, I. (2007). La didáctica de la literatura en la era de la medialización. Espéculo, 36.
– Recuperado de el siguiente link
– Pennac, D. (1992). Como una novela. Barcelona: Anagrama.
– Romo, F. (2001). Reseñas. Garrido Gallardo, Miguel Ángel. Nueva introducción a la teoría de la literatura. Lexis, XXIV(2), 397-409.
Recuperado de el siguiente link
Nota: La autora de este texto –Diana Carol Forero- lo escribió años antes del centenario de la obra literaria de José Eustasio Rivera S. Ella es poeta reconocida. Labora en la coordinación de Cultura del municipio de Mesetas, Meta.
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