“Por las afueras del pueblo pasamos a prima noche, y desviando luego hacia la vega del río, entre ruidosos cañaverales que de paso descogollaban nuestros jamelgos, nos guarecimos en una ramada donde funcionaba un trapiche”.
Rumbo a los llanos por el camino de Bogotá a Villavicencio José Eustasio Rivera S. viajó dos veces. La primera vez –ida y regreso- fue al inicio de 1916 en plan de vacaciones por invitación de unos amigos de apellido Vásquez dueños de una finca cerca de la confluencia del río Guatiquía en el Humea.
La segunda ocasión se dio al comienzo de 1918 y estuvo motivada por asuntos laborales en Orocué, Casanare, en donde se desempeñó como abogado en un asunto de herencia. Su regreso lo realizó por la ruta Orocué a Santa Rosa de Viterbo, Boyacá.
Para las épocas de tales recorridos el colonial pueblo de Cáqueza en jurisdicción de Cundinamarca tenía respectivamente 316 y 318 años de haber sido fundado, hecho que ocurrió en octubre de 1600. Como se sabe, ese lugar era punto de escala en los recorridos entre las dos ciudades.
Cuando el literato abogado estuvo en Cáqueza muy seguramente hizo lecturas geográficas y sociológicas que le llamaron la atención y a la postre le sirvieron para su novela que hoy es obra clásica dentro de la literatura nacional e internacional.
Con motivo de cumplirse el centenario de la obra literaria escrita por José Eustasio Rivera S, cuya primera edición salió al público el 25 de noviembre de 1924, se llevan a cabo diversas programaciones cuyo tema central por supuesto que es La vorágine.
Si bien en su gran mayoría la trama de la novela se desarrolla en territorios llaneros y selváticos quiero resaltar que los dos viajes por el camino de herradura cumplidos por José Eustasio Rivera S. desde Bogotá a Villavicencio, 1916 y 1918, le sirvieron para trazar la huida de Arturo Cova con Alicia.
Por eso, al comenzar el prólogo de inmediato lleva a las y los lectores hasta el Río Negro o Guainía; y párrafos después les ubica en Cáqueza que se convierte en la primera escala de la fuga. El trato recibido de las gentes y la agroindustria panelera de esos lares son referentes sociales y económicos con los que el autor ambienta las situaciones que allí ocurren.
Los siguientes son apartes de la primera parte de la centenaria obra literaria:
“Aquella noche, la primera de Casanare, tuve por confidente al insomnio.
Al través de la gasa del mosquitero, en los cielos ilímites, veía parpadear las estrellas. Los follajes de las palmeras que nos daban abrigo enmudecían sobre nosotros. Un silencio infinito flotaba en el ámbito, azulando la transparencia del aire. Al lado de mi chinchorro, en su angosto catrecillo de viaje, Alicia dormía con agitada respiración.
Mi ánima atribulada tuvo entonces reflexiones agobiadoras: ¿Qué has hecho de tu propio destino? ¿Qué de esta jovencita que inmolas a tus pasiones? ¿Y tus sueños de gloria, y tus ansias de triunfo y tus primicias de celebridad? ¡Insensato! El lazo que a las mujeres te une lo anuda el hastío. Por un orgullo pueril te engañaste a sabiendas, atribuyéndole a esta criatura lo que en ninguna otra descubriste jamás, y ya sabías que el ideal no se busca, pues lo lleva uno mismo. Saciado el antojo, ¿qué mérito tiene el cuerpo que a tan caro precio adquiriste?
Porque el alma de Alicia no te ha pertenecido nunca, y aunque ahora recibas el calor de su sangre y sientas su respiro cerca de tu hombro, te hayas, espiritualmente, tan lejos de ella como de la constelación taciturna que ya se inclina hacia el horizonte.
En aquel momento me sentí pusilánime. No era que mi energía desmayara ante la responsabilidad de mis actos, sino que empezaba a invadirme el fastidio de la manceba. Poca cosa hubiera sido el poseerla, aun a cambio de las mayores locuras; ¿pero después de las locuras y de la posesión?…
Casanare no me aterraba con todas sus leyendas espeluznantes. El instinto de la aventura me hacía desear todo aquello, seguro de que saldría ileso de las pampas libérrimas y de que alguna vez, en desconocidas ciudades, sentiría la nostalgia de los pasados peligros.
Pero Alicia me estorbaba como un grillete. ¡Si al menos fuera más arriscada, menos bisoña, más ágil! La pobre salió de Bogotá en circunstancias aflictivas: no sabía montar a caballo, se congestionaba al rayo del sol, y cuando a trechos prefería caminar a pie, yo debía imitarla pacientemente, cabestreando las cabalgaduras.
Nunca di pruebas de una mansedumbre semejante. Yendo fugitivos, avanzábamos lentamente, incapaces de torcer la vía para esquivar el encuentro con los transeúntes, campesinos en su mayor parte, que se detenían a nuestro paso interrogándome conmovidos: Patrón, ¿por qué va llorando la niña?
Era preciso pasar de noche por Cáqueza, en previsión de que las autoridades nos detuvieran. Varias veces intenté reventar el alambre del telégrafo, enlazándolo con la soga de mi caballo; pero desistí de tal empresa por el deseo íntimo de que alguien me capturara y, librándome de Alicia, me devolviera esa libertad del espíritu que nunca se pierde en la reclusión.
Por las afueras del pueblo pasamos a prima noche, y desviando luego hacia la vega del río, entre ruidosos cañaverales que de paso descogollaban nuestros jamelgos, nos guarecimos en una ramada donde funcionaba un trapiche. Desde lejos lo sentimos gemir, y por el resplandor de la hornilla donde se cocía la miel, cruzaban intermitentes las sombras de los bueyes que movían el mayal y del chicuelo que los espoleaba. Unas mujeres aderezaron la cena y le dieron a Alicia un cocimiento de yerbas para calmarle la fiebre.
Allí permanecimos una semana.
* * *
El peón que envié a Bogotá a caza de noticias, me las trajo azorantes. El escándalo ardía, avivado por las murmuraciones de mis malquerientes; comentábase nuestra fuga y los periódicos usufructuaban el enredo. La carta del amigo a quien me dirigí pidiéndole su intervención, tenía este remate: «¡Los prenderán! No te queda más refugio que Casanare. ¿Quién puede imaginar que un hombre como tú se vaya al desierto?»
En la misma tarde me advirtió Alicia que pasábamos por huéspedes sospechosos. La dueña de casa le había preguntado si éramos hermanos o esposos legítimos o meros amigos, y la instó con zalemas a que le mostrara algunas de las monedas que hacíamos, caso de que las hiciéramos, en lo que no había nada de malo, dada la tirantez de la situación. Al siguiente día partimos antes del amanecer.
-¿No crees, Alicia, que vamos huyendo de un fantasma cuyo poder se lo atribuimos nosotros mismos? ¿No sería mejor regresar?
-Tanto me hablas de eso, ¡que estoy convencida de que te canso! ¿Para qué me trajiste? ¡Porque la idea partió de ti! ¡Vete, déjame! ¡Ni tú ni Casanare merecen la pena!
Y de nuevo se echó a llorar.
El pensamiento de que la infeliz se creyera desamparada me movió a tristeza, porque ya me había revelado el secreto de su destino. Querían casarla con un viejo terrateniente en los días en que me conoció. Ella se había enamorado, cuando impúber, de un primo suyo, paliducho y enclenque, con quien estaba en secreto comprometida; luego aparecí yo, y alarmado el vejete por el riesgo de que le birlara la prenda, multiplicó las cuantiosas dádivas y estrechó el asedio, ayudado por la parentela entusiástica. Entonces, Alicia, como única liberación, se lanzó a mis brazos”.
* * *
Como se evidencia, durante la pernoctada de Alicia y Arturo en Cáqueza el autor devela asuntos claves acerca de la muchacha, también de las razones por las cuales la pareja de enamorados se fugó de Bogotá.
Digo que la citadina dama no es tan débil como Arturo dice de ella: ¡Si al menos fuera más arriscada, menos bisoña, más ágil!, puesto que en el anterior fragmento de la novela se muestra contestaría con él.
Con base en lo anterior culmino diciendo que Cáqueza también hace parte de la literaria ruta de La vorágine, como lo muestra el mapa del inicio de este artículo, por lo tanto celebración especial allá debe de haber con motivo de los 100 años de la primera edición de la novela escrita por José Eustasio Rivera, en cuya narrativa para la posteridad quedó el nombre del poblado.
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Osquitar, mucho nos deja cada lectura de la Vorágine, en descripción cierta de nuestro llano y la fantacia del escritor.
Te mandé el excelente relato o sustento que hizo Delfin en la Academia de la lengua en Bogotá sobre la verdadera Alicia y desarrollo en llanos de Casanare entre otros elementos del libro.
excelente publicación, sobre mi Cáqueza hermosa, la tierra que me vio nacer.
Buena idea obra literaria
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